Hace ya unos días analizamos un poco los despertares nocturnos de los niños para tratar de normalizar las noches y explicar que el sueño es un proceso evolutivo que cambia de manera natural hasta llegar al sueño prácticamente adulto a la edad de 5-6 años.
Esto no quiere decir que no podamos hacer nada para que, de una manera poco agresiva y sin modificar las pautas naturales de los bebés, nos permitan dormir un poco mejor a los padres.
Conocer la realidad
Antes de buscar soluciones hay que valorar hasta qué punto existe un problema. Se aconseja hacer un registro del sueño y sus despertares (anotando en un papel las horas que duerme de noche, las siestas y los momentos en que está despierto). De esta manera conoceremos la realidad y podemos ser más o menos críticos con los objetivos.
Esta recomendación se basa en que los padres suelen verbalizar un mayor número de despertares y problemas relacionados con el sueño de los que realmente existen.
Debemos ser realistas y valorar si la suma de horas que hemos registrado es normal o no. Es posible que haga despertares, pero si sumamos los momentos en que duermen veremos que se suelen cumplir las predicciones y que, a pesar de todo, duermen lo que necesitan.
Entre el nacimiento y los dos meses duermen entre 12 y 16 horas, produciéndose la mitad del sueño durante el día.
De los tres a los seis meses duermen unas 10-15 horas, siendo entre un 30% y un 40% sueño diurno.
Entre los seis y los nueve meses duermen unas 11-14 horas y suelen hacer dos o tres siestas por el día.
Entre los nueve y los dieciocho meses duermen 10-13 horas y tienden a eliminar alguna siesta más.
Entre el año y medio y los tres años duermen unas 9,5-12 horas, haciendo todavía una siesta.
Sigue las señales de tu hijo
Debemos tener claro que no siempre se duermen a la misma hora y que, dependiendo de las siestas que haya echado durante el día, tendrá más o menos sueño a la noche, pero sí suele haber una cierta tendencia a dormir en una franja horaria determinada.
Es posible que antes de ese momento haya dado signos de sueño. Si es así, es mejor aprovechar esos momentos para acostarlo.
Si tras esas señales de sueño sigue despierto es probable que se “pase de rosca”, se ponga incluso más nervioso y luego cueste más dormirlo.
Los niños tardan unos 15-20 minutos en dormirse, si vemos que este tiempo se alarga y que nuestro bebé (o niño) sigue despierto, probablemente no tiene sueño.
Si por las mañanas tiene también un horario de despertar similar, pero algún día no se despierta y sospechamos que esto le hará dormirse más tarde en la noche, podemos despertarle con música, con luz, cantándole, acariciándole. Siempre algo suave (para que no se repitan aquellos indeseables momentos de nuestra infancia en que nos quitaban la sábana y la manta, ¡argggg!).
El ambiente
El entorno del niño y los momentos antes de dormir deberían ser lo más tranquilos posibles. Poco ruido, luz tenue, actividades relajadas, temperatura adecuada (el exceso de calor o frío dificultan la conciliación del sueño).
Es complicado, pues muchos adultos llegamos a casa de noche, con gran cantidad de cosas por hacer, con ganas de abrazar y achuchar a nuestros hijos, que coinciden, precisamente, con el momento en que ellos suelen empezar a tener sueño.
El baño antes de acostarse es una rutina muy extendida como recomendación y muy válida para algunos niños que realmente sí se relajan tras el baño. Sin embargo hay otros niños a los que les molesta, les hace llorar o bien les divierte de tal manera que los deja activos y despejados. Si nuestro hijo pertenece al segundo grupo es mejor bañarlo en otro momento del día.
El estrés y la ansiedad
Esto no significa que los niños no tengan que correr, jugar y desfogarse, ni mucho menos, sino evitar aquellas situaciones en las que las prisas y los agobios manejan nuestras vidas ya que afectarán directamente a las de nuestros hijos y a los momentos de conciliar el sueño.